jueves, 30 de octubre de 2008

La Logia Masónica

La media columna Francisco Ayala.

Desde que tenía unos ocho o nueve años, conocí la Logia Masónica de Santa Cruz, en la calle de San Lucas, en la que, como en todas las demás de la ciudad, había poca circulación y escaso peligro de atropello. Directamente, no sabíamos nada de aquella extraña casa con aspecto de construcción romana, pero "Radio Macuto", como llamábamos a la información más o menos inventada, presentaba aquel singular edificio como una casa misteriosa donde se reunía un grupo de señores, casi todos "puretas", y dicen que asistían a unas extrañas ceremonias más cercanas a los diablos y a las brujas que a las católicas conocidas. Como los asistentes eran conocidos porque se trataba de ciudadanos normales sin ningún distintivo, uno no acababa de creer en aquellas fantasías y nunca supimos nada de la Masonería, excepto que sus socios se ayudaban mucho unos a otros. O sea que la Masonería era una garantía de entendimiento y de armonía entre las personas en la época de la II República, donde detrás de cada esquina había un agitador y las huelgas y los enfrentamientos estaban a la orden del día.

Pero llegó el 18 de julio de 1936, y el Movimiento Nacional la tomó con los masones como elementos subversivos, los metió en la cárcel, los sometió a consejos de guerra y a la mayoría los absolvió, porque eran personas influyentes, pero no los dejó celebrar sus reuniones y les incautó las Logias. Y como un servidor fue de los primeros en ingresar en las Organizaciones Juveniles de Falange Española, y uno de nuestros primeros trabajos fue el de "enlace" y el de "vigilancia", a mí me tocó una especie de "guardia" en la Logia incautada y convertida en Centro del Movimiento. Tenía entonces once abriles un servidor. La Logia era un edificio como los demás, con salones y oficinas. Llamaba la atención una especie de túnel que conducía a una dependencia en el sótano en forma de cueva donde había unos candelabros con unas velas y unos extraños objetos de adorno, y donde dicen que se reunían los masones no sé para qué. Pero como el objeto de este ladrillo es comentar la propuesta de mi lejano pariente y muy querido amigo el catedrático de Historia del Arte de la Universidad de La Laguna doctor Alberto Darias Príncipe, de devolver el templo masónico a la Logia y no he dicho nada de eso, lo dejo para un próximo "ladrillo".

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